CINCO AÑOS CON MARIO

(Relato cuasiverídico sobre las andanzas y desventuras de un opositor)

Autor: José Francisco Escudero Moratalla. Letrado de la Administración de Justicia. Secretario Coordinador Provincial de Girona.

Resumen:

Dice Fran Mora que en todo jurista se esconden las ruinas de un escritor desconocido. Por eso, humildemente, esta colaboración se suma a la conmemoración de los cien años del nacimiento del gran escritor Miguel Delibes. En este caso, las horas se convierten en años como no podía ser de otra manera. Y a la vez supone el reconocimiento de esa “dura travesía” que supone la preparación de una oposición y del opositor/a con sus miedos, frustraciones y manías.

INTRODUCCIÓN

“Toda noble empresa parece imposible al principio” (Caryle).

          Tomar la decisión de preparar una oposición es, sin lugar a dudas, una de las elecciones más trascendentes que alguien puede adoptar en su vida. Unas veces por tradición familiar, otras por la supuesta “vocación”, otras por necesidad, la posibilidad de obtener una “plaza de por vida” a cargo del erario público se convierte en un objetivo perseguido por muchas personas en un momento u otro de su vida. Y para bien o para mal, la oposición hipoteca la existencia durante un tiempo más o menos amplio; todo depende del tipo y de cuál sea esa oposición. Aunque como regla general, e independientemente del grado de conocimientos que se han de adquirir y asimilar durante la misma, en los días que nos toca vivir, se puede afirmar que no hay oposición exenta de grandes dificultades. Desde la plaza de barrendero, hasta la de magistrado, todas encierran proporcionalmente una tremenda complejidad: los temas y uno mismo.

          El que al final el duro trabajo realizado compense personalmente, no nos engañemos, depende del resultado de los exámenes y de sí el opositor concluye su vida como tal habiendo aprobado, o por el contrario, decide retirarse con el consiguiente desencanto y frustración por no haber logrado su propósito, y en muchos casos, su sueño. AUT CESAR AUT NIHIL: “Todo o nada”, el emblema de la familia Borgia, es perfectamente aplicable a la realidad del opositor. Y la oposición como medida selectiva, es un medio que cada época, cada momento histórico y cada persona, configura o define, según lo que con ella ha sufrido, lo que ha obtenido, y lo que ha dejado de lograr o perder. Cada uno cuenta la oposición conforme le ha ido en ella, aunque en el fondo el sistema ha sido siempre penoso. Sin embargo, es el método más fiable y menos arbitrario, ya que en cualquier concurso de méritos cabe la posibilidad de iguales o mayores irregularidades y desafueros. Así, la oposición es una especie de lotería en la que pesan la inteligencia del opositor, su preparación, su serenidad, su arte de exponer, su simpatía y sus influencias…. Y se ha llegado a decir en algunos casos, que es tan grande el trabajo que ha de realizar el opositor para ingresar en determinados cuerpos u organismos, que luego, es normal que no le queden ganas de trabajar[1].

          El opositor no es un tipo raro, sino que está mediatizado por la forma de vida y estudio que exige la oposición y, por ello, se distancia de los demás ciudadanos durante el tiempo que necesita para opositar. El opositor es un incomprendido, pues sólo el ambiente que le rodea, los compañeros, el preparador y los que hicieron oposiciones llegan a comprenderle, ayudarle, soportarle, y a hacer tema común de sus problemas. Y en la experiencia de preparar la oposición se van quemando distintas etapas. El joven recién licenciado que decide prolongar su vida de estudio, de esta forma debe tener conciencia de lo que implica esta tarea: cuantiosas horas de estudio, acceso tardío al mercado de trabajo, no disponibilidad económica, y mucha, mucha disciplina. Tiene que ser consciente de que hay que renunciar a bastantes cosas, entre ellas, salir con los amigos o ir de fin de semana. Sentir cómo los demás evolucionan mientras “tú” pareces estancado y aislado en un mundo ajeno para ellos. Y es que en esta carrera de fondo no siempre gana el que antes llega sino el que sabe aguantar el tirón.

          En esa aventura es absolutamente relevante el papel que desempeñan amigos, preparadores, y sobre todo padres, novia o amiga, y familiares que muchas veces impulsan a opositar. No en vano hay un definición de oposición que dice que “la oposición es lo que los padres quieren que hagan los hijos y lo que los hijos dicen…. ¡que la haga su padre!”. Aguantan con su tremenda paciencia las muchas manías e inseguridades del opositor y son a veces motor emocional cuando éste, agotado por el esfuerzo de años, empieza a flaquear. No dejan de creer en él, ni siquiera ante resultados adversos y una cosa es segura: no cambiarán su consideración hacia él como persona por mucho que éste fracase en su oposición. A sus ojos no será ni mejor ni peor. Fundamental es también el papel que desempeña el preparador. Es bueno saber que puedes contar con ese alguien que te comprende como nadie porque en su momento pasó por lo mismo y sabe exactamente qué significa esto de adaptar temas, exponer con el reloj en la mano, llevar una disciplina espartana y férrea, modificar cada vez que hay cambios legislativos, o repasar y repasar el temario. Con el paso del tiempo, la confianza y hasta la complicidad que se genera, hace que el preparador se convierta en confidente, maestro y amigo, en el espejo en que suele mirarse el opositor, en el punto de referencia a seguir.

          Había un anuncio en un taller de reparaciones que decía: “Realizamos tres tipos de trabajo: el barato, el rápido y el bueno. Se pueden solicitar dos a la vez. Un trabajo bueno y rápido… no será barato; un trabajo barato y bueno… no será rápido; un trabajo rápido y barato… no será bueno”. La oposición debe conjugar en la medida de lo posible los tres elementos anteriores: ha de ser lo más rápida posible; ha de ser buena la calidad de conocimientos adquiridos y materiales empleados para aprenderlos; y barata, porque probablemente si nos aplicamos y aprobamos con el primer sueldo sufragaremos los gastos de la preparación. Con todas estas variables, las páginas que siguen, se dedican a narrar algunos retazos de los avatares de la vida de un opositor a Juez, Fiscal o Letrado de la Administración de Justicia.

  1. PRIMERA SECUENCIA

“Siembra un deseo y cosecharás un acto. Pero sin constancia, ninguna virtud es grande” (Alfonso Milagro).

          UN BUEN DÍA, comencé el camino…. Me llamo Mario y tengo veintitrés años. Atrás quedan unos estudios, una Licenciatura en Derecho y un servicio militar recién terminado. Me nacieron en un pequeño pueblo de C….. y como muchos jóvenes de mi generación se me facilitó la posibilidad de realizar estudios superiores. Mi familia pertenece a la clase media-baja. Mi padre, sin estudios, se dedica a vender materiales de construcción en el pueblo; mi madre, lo típico, sus labores, y ambos querían que sus tres hijos aprendiéramos, que fuésemos unos señores, que consiguiésemos al menos todo aquello a lo que ellos nunca pudieron acceder por las circunstancias de la vida. De esta forma, durante los años de infancia y mocedad, cursé mis estudios básicos con excelentes notas, factor que permitía augurar unas expectativas favorables sobre mi futura suerte. Así, llegado el momento de elegir una opción profesional consideré que aún a pesar de ser un amante de las ciencias humanas[2], dicha alternativa no ofrecía muchas salidas por lo que opté por cursar los estudios de Derecho y dejar para después cuando tuviera un trabajo, hacer una hipotética carrera de historia.

          De este modo, inicie en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, los cinco años de Derecho, en la creencia de que si hasta ahora había sido un buen estudiante y prácticamente casi nunca me habían suspendido, ocurriría lo mismo con los estudios superiores. Y si bien es cierto que durante los dos primeros cursos aprobé todo, la desgana y la consideración de las ciencias del Derecho como algo abstracto, obtuso y demasiado enrevesado, no generó en mí una admiración o un entusiasmo por el estudio lo que determinó que me suspendieran algunas asignaturas en los tres restantes años de carrera, sí bien las aprobé en septiembre y no perdí ningún año.

          Heme aquí con la carrera de derecho acabada, recién licenciado y sin saber ni jota de los problemas prácticos y reales del “ius”; sensación por cierto común a la mayoría de recién licenciados en Derecho como he podido comprobar después. En estos momentos, aún me quedaba por hacer el servicio militar, y me excusaba en dicha circunstancia para no hacerme la pregunta fundamental….. ¿Y ahora qué? Indudablemente, una vez hecho el servicio militar -que aparte de una pérdida de tiempo, me sirvió para decantar mi futura orientación profesional-, tuve que formularme dicha pregunta. Y durante el tiempo que duró el servicio militar estuve destinado en una biblioteca, y como tenía tiempo libre preparé unas oposiciones muy sencillitas a agentes judiciales, en las que pese a la escasa preparación aprobé todos los exámenes pero no me dieron plaza porque por aquel entonces a los interinos ya les daban puntos y al ser concurso-oposición, tenían muchísimas más posibilidades de acceder a la plaza que los que participábamos por el turno libre (vamos, más o menos lo que ahora pasa en las oposiciones que convocan muchas Comunidades Autónomas y Ayuntamientos, una desvergüenza). Toda una desilusión. Asimismo, compré el temario del Cuerpo de Controladores del Ministerio de Trabajo (Diplomados) y me di cuenta que tampoco era lo que yo buscaba. Y así iba encarrilando en cierto modo lo que haría después. Tenía claro que debía opositar. Por una parte, no servía para Letrado porque carezco de esa “pasta” contráctil y sinuosa de la que están hechos los Abogados que les sirve a la vez para hacer de moros y cristianos; por otra parte, tenía claro a causa del negocio de mi padre en el que es necesario tratar continuamente con la gente, que deseaba una profesión en la que no tuviese que bregar constantemente con el público ¡eso quemaba muchísimo! Así, gracias a la que entonces era mi novia y hoy es mi mujer, y a su padre que era portero de finca urbana surgió la posibilidad de preparar las oposiciones a judicatura con un magistrado que habitaba en la finca donde trabajaba. Después de los desengaños con las oposiciones de Agentes y Controladores, creí que me debería preparar para lo más difícil y así estaría preparado para lo más fácil.

          Por otra parte, en mi casa no se atravesaba un buen momento económico desde hacía algunos años y mi padre estaba aquejado de graves dolencias en sus rodillas. Por ello, tanto durante la carrera, como ahora, debía de ayudar a mi padre y trabajar no sólo los veranos y las vacaciones como había hecho siempre. Aún recuerdo un día que le dije a mi padre que yo me quedaría con el “negocio”, si así puede llamarse y él me dijo que no me preocupara que yo lo que tenía que hacer era estudiar, que todo se arreglaría… De este modo, sin saber muy bien de qué modo, estaba inmerso en la espiral de una oposición dura y costosa, que no sabía si sería capaz de afrontar. Muchísimos pensamientos pasaban por mi cabeza, dudaba de mis fuerzas, no me gustaba el derecho, no tenía medios económicos, no había funcionarios en mi familia….

          Y comenzó la oposición. Las clases las daba tres días a la semana (martes, jueves y sábado) de nueve menos cuarto a diez de la noche. Tenía que preparar un extenso temario de más de trescientos temas. Asistía a clase junto a otro compañero/a. El método de preparación consistía en exponer durante aproximadamente dieciocho minutos un tema extraído a la suerte de los que llevaba preparados para ese día, recitarlo y después escuchar la exposición del compañero o compañera.

          Llegó el primer día en que tuve que ir a cantar temas. Aún a pesar del transcurso de los años, perviven en mi memoria las sensaciones de aquellos momentos: el miedo mientras subía el ascensor, el sudor de las manos, la sequedad de los labios…. Y así durante muchos días, porque nunca se deja de perder el respeto al preparador. Creí morir, comencé a cantar y al terminar y bajar a la calle en que me esperaba expectante mi novia, prácticamente me eché a llorar y a afirmar que no podía, que no podía, que sólo había cantado un tema. Ella me animó y al día siguiente ya comencé a llevar tres temas cada dos días hasta que con el paso del tiempo fui aumentando hasta llevar treinta temas cada dos días lo que posibilitaba que pudiera dar con rapidez la vuelta al temario y la evolución de la preparación siguiera un ritmo aceptablemente normal. Y así comenzó a hacerse pequeño el tiempo. Todos los días igual, levantarse, el vaso de leche ponerse a estudiar, comer, ponerse a estudiar, cenar, llamar por teléfono a la novia, ponerse a estudiar, dormir… soñar…

  1. SEGUNDA SECUENCIA

“Cuando me siento en el camino rendido y anhelante, cuando me echo a dormir en el polvo, siento yo siempre que aún tengo que hacer el largo viaje” (R. Tagore).

          UN AÑO DESPUES. El tiempo pasa, mejor, corre… Cada día es discípulo del precedente y maestro del siguiente. Voy aprendiendo muchas cosas de derecho. Y se está produciendo un fenómeno curioso: entre la labor del preparador y mi propio esfuerzo voy descubriendo cosas que no había apreciado con anterioridad. Aquello que decía Horacio de que MERSES PROFUNDIOR PULCHRIOR EVENIT, es decir, que cuanto más se profundiza en una materia más espléndida surge la verdad, se está cumpliendo. Voy aprendiendo a disfrutar definiciones como la acepción de ley de Aristóteles que dice que “la ley es la razón desprovista de pasión”, o la significación del término CADAVER, que viene de la expresión latina CAro DAta VERmibus, que significa “dar comida a los gusanos”, etc. lo que hizo que empezara a relacionar conceptos y considerar que en el fondo del derecho está la vida misma, que el derecho es una ciencia social más sin perjuicio de la revestimenta que se le quiera dar por la sociedad.

          Sin embargo, aun a pesar de esta exaltación intelectual, seguía siendo muy trabajoso estudiar diez o doce horas diarias…..

          Y para preparar la oposición me di cuenta de lo necesario que era tener un buen ambiente de estudio. Afortunadamente, compartí un pequeño piso de menos de cincuenta metros -que pertenecía a mi abuela- con mi hermano y mi primo que también estudiaban uno Historias y otro Derecho. Una verdadera suerte. A veces entre los tres teníamos nuestros pequeños roces y piques fruto de la diaria convivencia, sobre cosas banales como si se había hecho la limpieza bien, o si no se fregaban los platos a su debido tiempo, etc. temas de los cuales hoy con el paso del tiempo nos reímos cada vez que coincidimos. Por otra parte, Julia, mi novia, que también estudiaba su carrera era mi gran apoyo ya que padecía y sufría conmigo sus problemas y los míos, cosa que a veces no valora el propio opositor.

          Económicamente, andábamos muy mal, mi abuela nos dejaba vivir en el piso gratis et amore, mis padres apenas si nos pasaban dinero y nosotros evitábamos pedirles. Por ello, nos financiábamos con la beca de mi hermano y el dinerillo que obteníamos de hacer suplencias en porterías los fines de semana y vacaciones. Con toda esa fortuna que toda junta podía rondar alrededor de las quinientas mil pesetas al año (de las de entonces), debíamos sobrevivir, cursar los estudios mi hermano, y yo pagar al preparador. Ello implicaba llevar una “economía de oposición” propia de los artistas y escritores más bohemios. Los menús eran frugales y abundaban las patatas, los huevos, las acelgas, la panceta y las manzanas. Aún recuerdo que alguna vez que me tocaba a mí hacer la compra, el mero hecho de comprar un paquete de “donuts” era considerado un dispendio excesivo. También entre las numerosas jornadas de estudio y de silencio, se aprovechaba cualquier circunstancia (llegada de la primavera, aprobar asignaturas, etc.) para hacer lo que nosotros llamábamos un “homenaje” a nosotros mismos por supuesto. Dicho ritual consistía en hacer una sartén inmensa de patatas fritas que luego mezclábamos con mayonesa, huevos y perejil y que comíamos con fruición hasta que no podíamos más y como vulgarmente se dice nos salía la comida por los ojos. Después abríamos un bote de melocotón en almíbar y acabábamos de rematar la faena. Se pueden ustedes imaginar la imagen: hartos de comer patatas, estirados sobre el viejo sillón que había, con los ojos medio congestionados a consecuencia del exceso de comida…. esa era nuestra droga, nuestro modo de evadirnos un poco de la dura realidad diaria. De vez en cuando también, la vecina nos hacía unos platos de natillas, y yo que era más afortunado iba a comer a casa de mi novia, ya que como tampoco disponíamos de dinero para salir pasábamos la tarde del domingo en casa de uno u otro. En cuanto al estudio comencé a coger las manías propias de todo opositor. Así, cada mañana antes de empezar a estudiar en mi habitación, tenía que barrer el suelo, como si quisiera eliminar todas las malas influencias y espíritus reticentes que hubiese en la estancia; del mismo modo cada cosa debía estar en su sitio de forma que el universo particular de mi habitación tuviera “su” propio orden. A partir de aquí ya me podía poner a estudiar. El horario de estudio comenzaba alrededor de las once de la mañana, hasta las tres de la tarde que comíamos, volvía a estudiar desde las cuatro hasta las nueve, hora en la que cenábamos y a las diez y media estaba otra vez hasta la hora que fuese de la madrugada. Y en todo ese tiempo eran numerosos los viajes que hacía a la cocina para pasearme y maquinalmente abrir reiteradamente la nevera como queriendo descubrir no sé qué cada vez que abría la puerta. La acción se repetía siempre automática e idéntica: ir a la cocina, abrir la nevera, mirar dentro, cerrar, volver a estudiar…

          He de reconocer que fui un opositor de noche. Fueron numerosos los días en los que la luz del alba llegó y yo permanecía allí estudiando frente a mi ventana de madera por la que veía pasar la vida. Enfrente había un descampado en el que sobrevivía a duras penas un viejo olmo. Y especialmente las noches de lluvia, en las que se formaban charcos en los que se reflejaba la luz de las farolas, y en el agua se dibujaban de forma monótona y relajada las ondas provocadas por las gotas de lluvia, me sentía feliz y especialmente predispuesto para estudiar en la oscuridad y el frío de la noche. Entonces, el viejo olmo, se vestía de un verde brillante a causa del agua, y parecía que uno a otro, el árbol y yo, nos hacíamos compañía y nos recordábamos el verso de Machado “… quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también, hacía la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera”. Yo también esperaba mi milagro… Así de lunes a sábado y los domingos a la portería. Y siempre la compañía de mi novia.

          Asimismo, emocionalmente para reforzar mi espíritu, me autorepetia numerosas consignas que incidían en la necesidad del trabajo como camino para llegar al éxito tales como: “el que desea alcanzar una meta distante debe dar muchos pasos cortos” (Helmut Maier); “no existe fruto que no haya sido ácimo antes de madurar” (Publio Sirio); NIHIL SINE MAGNO, VITA LABORE, DEDIT MORTALIBUS, es decir, “la vida no ha dado nada a los mortales sin gran esfuerzo” (Horacio). Tenía muy claro que los requisitos del triunfo y del trabajo bien hecho son: tener un objetivo claro, saber lo que quieres; capacidad en el trabajo; regularidad en las clases; y amor a lo bien hecho. Incluso me hice un pergamino con un texto del personaje “Beppo el barrendero”, extraído de la obra “Momo” de Michael Ende, que coloqué en un lugar bien visible de mi habitación y que hoy día está puesto en mi despacho, en el que se recogía lo que yo consideraba el lema de todo opositor. Así, respecto al modo de barrer una larga calle dice:

          “Uno se desanima porque se imagina al mismo tiempo todos los pasos que hay que dar, cuando de lo que se trata es de alinearlos de uno en uno. Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez. Sólo hay que pensar en el paso siguiente. Entonces es divertido, eso es importante, se hace bien la tarea. Y así ha de ser. De repente, se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da cuenta de cómo ha sido, y no se está sin aliento y….. la calle está barrida”.

          Del mismo modo, en la oposición lo importante es la tarea del próximo día, en hacerla bien. Y así poco a poco se abarca toda la oposición. No hay secretos para el éxito. Éste se alcanza preparándose, trabajando arduamente y aprendiendo del fracaso. Como diría mi preparador: “el trabajo siempre paga”, antes o después la suerte nos sonríe, el que está bien preparado antes o después aprueba. En esa creencia perseveraba en el estudio. Y así los días pasaban y pasaban…

III. TERCERA SECUENCIA

“El hombre instruido tiene siempre la riqueza en sí mismo” (Fedro).

          DOS AÑOS DESPUES. Le preguntaron a un jardinero qué había que hacer para tener un hermoso césped. Mire usted, es sencillo, sólo hay que regarlo, cortarlo y abonarlo. Y esto… durante muchos días. Del mismo modo, yo ya comenzaba a llevar muchos días estudiando y cultivando mis conocimientos. El tiempo pasaba. Seguía los consejos del preparador, aguantaba sus broncas que algunas veces me hacían salir compungido de clase. Sabía que el tiempo medio de preparación de las oposiciones a judicatura era de cuatro años y medio. En teoría, me encontraba a mitad de camino. A pesar de ello, las dudas me asaltaban, no estaba seguro de mis fuerzas. Si sacaba la cabeza de entre los libros y miraba hacia adelante me daba cuenta del grandioso esfuerzo que aún quedaba por hacer y pensaba dejar las oposiciones; si miraba hacia atrás, veía el ingente esfuerzo que ya había hecho y que no se podía lanzar por la borda por tener una mala tarde o una mala racha, y me obligaba a seguir estudiando. Porque ya se sabe que en esto de las oposiciones dentro de una continuidad hay ciclos, altibajos.

          Yo me repetía machaconamente las directrices del preparador. A veces nos decía que la oposición es como el vuelo de un avión, cuando más combustible gasta es cuando despega. Así el opositor cuando se cansa, cuando más energía quema es en su despegue estudiantil, cuando tiene que pasar de estudiar poco a estudiar diez o doce horas todos los días. Porque una vez que uno se acostumbra a eso, ya no cuesta tanto trabajo, como al avión que está en el aire y con desplegar sus alas ya le basta para mantener la altura. Y si nos acostumbramos durante la oposición a vacaciones, a fiestas y otros saraos o excusas, el opositor se agota porque ha de hacer constantes esfuerzos para coger el nivel necesario de estudio. Otro símil que nos ponía, era que la oposición es como el que va en una canoa remontando el río arriba contra corriente, si dejas de remar la corriente te lleva en sentido contrario al de la marcha. Así, al opositor si deja de estudiar lo traiciona la memoria, que olvida las cosas con el paso del tiempo. Hemos de aprender más rápido que olvidamos.

          El factor tiempo en este caso es ambivalente, es positivo si preparamos la oposición bien, porque aprobaremos cuando nos toque; negativo si preparamos mal, porque además de no aprender, nos estará impidiendo vivir unos años preciosos de nuestra vida. En este sentido, opositar, aparte de la carga económica, tiene una lacra mayor, que es que el tiempo que se pasa si no es aprovechado no vuelve, ósea, los únicos engañados o estafados seremos nosotros mismos.

          Yo a estas alturas, ya me había creado mi propio símil: me imaginaba que estaba en un pozo y que cuanto más estudiase antes saldría de él. Mientras tanto cada vez que iba a cantar los temas y esperaba en la calle la llegada de mi hora de subir a casa del preparador veía entrar y salir en el prestigioso Instituto de la Empresa a otros jóvenes como yo que probablemente cursaban uno de esos Master que sólo pueden estudiar los miembros de una determinada elite. Y yo con mi cazadora raída y mis zapatos de media suela me daba cuenta de las circunstancias de la vida…. Ni que decir tiene que cuando uno es opositor se acaban las relaciones con la vida, menguan las posibilidades de relación con los amigos, la propia cultura sufre. El hombre atareado tiene pocos visitantes ociosos: a la olla que hierve no acuden las moscas. Y qué decir de los amigos, que también ellos pasan por distintas fases: desde la admiración más absoluta por llevar a cabo una tarea que muchos estiman como heroica pasando por la animación y el escepticismo y, si se produce algún intento fallido, es entonces cuando realmente la cosa empieza a cambiar y muchos de los que antes te mostraban la adhesión más absoluta se muestran después muy reacios a “seguir al lado” de quien ya no consideran tan bueno, pero sí más amargado y fracasado. Aún recuerdo la angustia que me causaba responder a la pregunta de sí tenía trabajo, o dar explicaciones de lo que estaba haciendo, o ver como poco a poco mis compañeros de edad iban encontrando trabajo, casándose, formando familias, en una palabra llevando vidas normales. Y una vez que fui al pueblo a pasar un puente festivo recuerdo que algún amigo se dirigió a mí diciéndome que estaba muy blanco y muy flaco, que si no tendría por casualidad el SIDA. Yo me consolaba estudiando. Recuerdo que algunas tardes cuando se ponía el sol me despedía de él y me decía a mí mismo: “cuando he estado trabajando todo el día, un buen atardecer me sale al encuentro, he cumplido con mi deber. Si hay alguien hay arriba (Dios) mirará mis manos limpias, y se acordará de mí”. Y así los días pasaban y pasaban… La vida seguía…

  1. CUARTA SECUENCIA

“Si caes siete veces, levántate ocho” (Proverbio chino).

          TRES AÑOS DESPUÉS. Desde hace tres años -y tengo veintiséis- no vivo para otra cosa. Ya no distingo un día de otro, una estación de otra. Todos los días lo mismo: desayunar, estudiar; almorzar, estudiar, cenar y volver a estudiar. Doce o catorce horas. No quedan ganas de mirar el calendario; ni casi ganas de descansar los domingos: ¿cómo hacerlo con los temas bulléndote en la cabeza, y los minutos perdidos clavándosete por dentro como si fueras un acerico? Cuanto más estudio, más sé; cuanto más sé, más olvido; cuanto más olvido, menos sé, entonces… ¿para qué estudio? Y lo peor son las crisis. Mirar por la ventana una tarde y ver la gente al sol, demorándose al sol, u oír una voz que canta en la calle, o a alguien que llama y le responden… Entonces te preguntas para qué, y estás perdido. Porque estos años no vas a recuperarlos aunque saques la plaza. Nadie me los devolverá, y son los mejores… ¿Merecerá la pena? ¿Gastar encima de los libros los años más dulces no es malgastar la vida? Para que luego te manden a un pueblo en no se sabe dónde… ¿Y si no saco la plaza? ¿En qué callejón sin salida me volveré a meter? Y el cielo azul, tan indiferente, tan espléndido. Y el verano en que la gente se desnuda. Cuánta razón tiene mi amigo cuando dice que el opositor no es un ciudadano acabado, sino una mera “expectativa”.

          Mientras tanto se han ido sucediendo las convocatorias y no he conseguido aprobar, todavía no había logrado dominar todo el temario, y la suerte me había sido esquiva y cruel… no terminaba de cantar los temas redondos, como salidos del alma, con rabia, como decía el preparador. Ya, incluso incrédulo llegaba a dudar de su competencia. A veces, no sabía si me encontraba en un mundo imaginario. Pero el espacio, el tiempo y la forma que según Carnelutti son las tres dimensiones del conocimiento, estaban presentes: el reloj al medir el tiempo, ofrece una realidad; y el programa, al reflejar los temas que es preciso desarrollar, me brindaba otro mundo tangible, un campo virtual sobre el que gravitaba y que permitía a esos elementos considerarlos como reales. Aunque a veces no lo parezca, los opositores estamos dentro de este mundo…

          Y en ciertos tipos de oposición el aspirante aprende, incluso muchas cosas que no se le explicaron en la facultad, pero la enseñanza de la oposición va dirigida siempre, más que a la inteligencia, a la memoria, donde se deposita el tema para que sea mecánicamente devuelto en forma oral lo más rápido posible y sin vacilaciones. En definitiva, la oposición no prepara juristas, sino actores, y no para el drama que han de representar en la vida -el entendimiento y aplicación del Derecho-, sino para la comedieta que han de poner en escena ante el Tribunal de oposiciones. No hay que intentar saber demasiado pues, a menudo, el hecho de saber se convierte más en un obstáculo que en una ayuda. Hemos de conservar una parte de ignorancia. Esta forma de ignorancia es conocimiento.

          Seguía haciendo suplencias en las porterías. Me hice amigo de muchos de los vecinos. A la vez que me miraban con cierto aprecio, me veían como un bicho raro siempre estudiando. Incluso uno de los vecinos que tenía una gestoría me ofreció trabajar. Y como comenzaba a no ver muy claro lo de la oposición acepté. Compaginaba el trabajo por el día con ir a cantar por las noches al preparador. Aguanté un mes y casi reviento. Es uno de esos momentos transcendentes de la vida en que estaba obligado a elegir. Opté por seguir con la oposición. Consideré que si me salía mal la oposición siempre tendría tiempo de trabajar en ese u otros trabajos. También seguía aprendiendo poemas de memoria para relajarme y a la vez ejercitar la memoria. Aún recuerdo la fábula de Samaniego:

“Subió una mona a un nogal

y cogiendo una nuez verde,

en la cáscara la muerde,

con que la supo muy mal.

Arrojola el animal

y se quedó sin comer.

Así suele suceder

a quien su empresa abandona,

porque halla como la mona

al principio qué vencer”.

          Y así los días pasaban y pasaban… La vida seguía…

  1. QUINTA SECUENCIA

“La virtud cobra un precio, pero siempre lo reintegra” (José Narosky).

          AQUEL DÍA SE ACABO. Me había cuidado lo mismo que un torero, física y mentalmente: pastillas para la memoria, para la saliva, para dormir, para suavizar la garganta… el minúsculo egoísmo del desvalido que sólo a sí mismo se tiene. Aguardaba mi hora, mi momento, mi día como el que va a jugársela delante de un morlaco. Primero te sortean los temas –alea jacta est-, y miras la bola, y se viene encima todo el tiempo que estuve metido en mi habitación estudiando, y el mundo alrededor seguía girando, y sientes una sensación de miedo,… la tentación de retirarte…

          Pero esta vez las cosas son diferentes. La perseverancia que es el trabajo duro que uno realiza cuando se cansa de hacer el trabajo duro que ya ha hecho, comenzaba a dar sus frutos. Respiré hondo, me concentré y empezó a iluminarse mi cabeza. Ya se sabe, los dos o tres primeros minutos, hasta que el opositor se calienta y se sumerge en los temas aislándose de los elementos que le rodean, son los peores. Mientras que eso pasa, el opositor fija la mirada en el entrecejo de la cara de todos y cada uno de los miembros del Tribunal, y los va mirando a la vez que comienza a “cantar”, como diciéndoles: “Después de un largo camino estoy aquí. Escuchadme y haced de mí lo que queráis. Estoy en vuestras manos, pero sabed que tengo dignidad”.

          A partir de esos primeros momentos, el manantial verbal cosechado tras largos días de esfuerzo brota por sí solo, el opositor deja de ver al Tribunal y se concentra única y exclusivamente en controlar el caudal de conocimientos para hacerlo bien. Y con el rabillo del ojo mirando el reloj, para no pasarse de tiempo.

          Cuando acaba, y sale al pasillo a esperar que hagan el examen otros compañeros y esperar la nota, uno se siente noqueado, exhausto, agotado por el esfuerzo realizado. Es una sensación indefinible, inexistible, que se difumina en el tiempo. Como el condenado que espera el veredicto que contenga la condena a eterna cadena perpetua (estudiar) o que le conceda la libertad, el opositor, con temor y con esperanza, aguarda la caída de la tarde en que terminados los exámenes del día el Tribunal cuelga las notas……….

          ………….. ¡APROBÉ!… ¡POR FIN APROBÉ!. Las felicitaciones, los abrazos, alguna que otra lágrima, las llamadas por teléfono: la primera al preparador, a la novia, a los padres, a mi hermano… al cielo. Uno ha esperado tanto este momento, que cuando surge no sabe ni como contarlo. Y cuando llegas a tu habitación, lleno de sentimientos y de emociones, comienzas a mirar todos los detalles, los libros, los murales, mi “prohibido prohibir” para internalizarlos y llevarlos siempre contigo en el recuerdo. Probablemente en este teatro de la vida, está acabando un acto y comienza otro nuevo. Yo recuerdo con especial énfasis que cuando me tumbé sobre la cama, con los brazos abiertos, en cruz, y me quedé fijamente mirando al techo, con la mirada pérdida. Me repetía una y otra vez que eso no era cierto, me repizcaba para ver si no estaba soñando o visionando el momento. Ya había olvidado lo magnífica que es la sensación de perder el tiempo…..

          Un nuevo mundo lleno de promesas y deseos se abría….. La vida seguía… Y con el paso de los años, uno da mil gracias por haber elegido este camino. Por haberse acostumbrado al esfuerzo, porque en aquellos años aprobé la oposición, pero hoy sigo estudiando y reciclándome con el mismo deseo de aprender. Puedo afirmar sin ninguno género de dudas que el mayor mérito de la oposición es la tranquilidad existencial que permite a la mayoría de funcionarios vivir con relativa tranquilidad.

          A mí, específicamente la oposición, me ha permitido vivir honrosamente, tener tiempo libre para mí y los míos, y seguir haciendo lo que más me gusta: estudiar el Derecho. Porque, nadie lo sabe todo, porque afortunadamente todavía, el Derecho, no es patrimonio de nadie, su grandeza, su inmensidad, su complejidad es de tal magnitud, que nos rebasa y nos supera a todos, y deja al descubierto nuestras miserias y nuestra ignorancia. Como conjunto de principios, preceptos y reglas a que están sometidas las relaciones humanas en toda sociedad el Derecho, es eso, vida misma. Como diría Gustavo le Bon “no se hace el Derecho. Él se hace a sí mismo. Esta breve fórmula contiene toda su historia”.

[1] Llavero F. “La repoblación cerebral en España”. Sociedad y Universidad. Madrid, 1962, comparaba la “repoblación forestal con la necesaria repoblación cerebral”, considerando que las oposiciones prostituyen la mente del opositor…

[2] Literatura, arte, historia, siempre la historia, que como decía Dionisio de Halicarnaso, es la filosofía en ejemplos.