Antonio González-Moro Tolosana

Juzgado de Instrucción 4 de Alicante

Hay algo que se repite en las asambleas, lo mismo que ya se decía en las charlas de café, en las de despacho: ¿dónde están los jefes? Jefes y jefas impropios: no nos mandan, ni nos pagan ni nos cesan. No nos cambian de negociado ni tampoco nos dirigen admoniciones. Son los que ostentan un escalón superior en una estructura jerárquica atípica por la carencia de todo lo anterior.

Sin embargo, algo debe haber en esa designación que, si no les hace levitar, al menos les aleja una cuarta de la realidad, diluye lo que fueron por mucho que en sus discursos de toma de posesión, acaso tomados de un mismo modelo, repitieran aquello del no me olvido de donde vengo, lo del orgullo de representar y defender al compañero y similares fórmulas que con el paso de los días desde ese ya lejano 24 de enero suenan a mentecatez de manual.

Los secretarios de gobierno y los coordinadores (habría que incluir a algún letrado de servicio común con ingenuas aspiraciones de pisar moqueta ministerial) ya no están de perfil, están de espaldas. La cosa no va con ellos. Uno se los imagina haciendo una pausa en esa ingente labor de designar servicios mínimos mirando desde su despacho a los compañeros concentrados en la calle e intentando recordar si alguna vez estuvieron allí. Algunos ciertamente no estuvieron, otros sí pero piensan que ya no toca. Otros tuvieron desde siempre objeciones con esta huelga. No importa: en el momento en que los necesitamos no están.

Da igual lo que pensaran entonces, ahora es el momento de acordarse de aquellos a quienes representan, de los que se están jugando los cuartos, de los que nunca habían estado tan unidos. Nunca tan vilipendiados por todos, que uno tiende a pensar que los miembros de los tribunales de los últimos treinta años tendrían que dar explicaciones por su tino para escoger a tanto vago, a tanto incapaz para este cuerpo para algunos tan prescindible a tenor de lo que se escucha por ahí.

No hay sitio para todos ellos en el olimpo, esa es la mala noticia, a menos que esa dudosa gloria se liquide en la nómina de la primera categoría de un cuerpo en riesgo de ser fumigado ante su pasividad. Quien lea esto y sea ajeno a la problemática quizá piense que anteponen a su solidaridad el pan de sus hijos, su futuro laboral. Éste está más que garantizado cuando vuelvan a figurar entre los mortales que ahora se acuerdan de ellos en las asambleas, en las reuniones, en los trenes que acuden a las concentraciones. No parece importarles que esto lastre su relación personal y que la otra, la profesional, quede herida con ese pasar de claro ante los problemas de todos. Con ese “sentirse interpelados”, con esa “desazón” que alcanzan a consensuar. Hay ejemplos de quienes perdieron su cargo por mantenerse en lo que ellos entendieron digno y ahora gozan de la admiración de todos.

Alguno de esos y esas a quienes me refiero seguramente no son merecedores del cargo, otros sí, a la mayoría ni los conozco y con alguno me une una buena relación personal. Quiero pensar que están equivocados, que su gesto de apoyo en forma de puesta a disposición del cargo, qué menos, ni siquiera les traería consecuencias negativas en lo profesional, pero sí la estima, el refuerzo inquebrantable de todos nosotros. Otra forma de heroicidad. Y un gesto que temen los del otro lado de la mesa.

No les ha movido la nostalgia de lo que fueron ni la certeza de lo que serán.

No es cosa de incluir ahora más temas a negociar en los despachos, pero acaso si lo que legitimara a estos compañeros en esta modesta atalaya funcionarial fueran los votos de los demás, otro gallo cantara. A mí me gustaría. También sería bonito que la renovación de sus cargos dependiera más de las manos que sujetan sus espaldas que del caprichoso e inestable dedo que los ungió.

A ellos, a ellas, también los quieren poner de rodillas, como a los demás, aunque el dudoso glamour de su actual negociado les impida ver el horizonte de nimiedad laboral que nos ofrecen desde San Bernardo.

El rédito del gesto, que no se me antoja sobrehumano, es el refuerzo de la responsabilidad; también el reconocimiento unánime de la compañerada. No es poco. Parece que algunos despiertan en las últimas horas y se unen. Bienvenidos. Pero sigue pareciendo insuficiente ante la magnitud del partido que se juega.

Como les pido valentía asumo la responsabilidad de hacerlo por escrito.

tribuna libre